Las torres eternas de Jaén

Siempre hay un momento de la infancia en el que surge la fascinación por algo, y en el caso de la Catedral de Jaén yo no sería ni preadolescente, pero tenía unos tíos que habían comprado una casa en la sierra de Jabalcuz. Desde la ventanilla trasera del coche, ascendiendo por aquella cuesta, vi por primera vez las torres de la catedral surgiendo de entre el racimo de viviendas de aspecto destartalado. Asomaban y volvían a esconderse, y creo recordar que en algún punto las casas abrían para permitir mostrar en todo su esplendor la monumental fachada barroca.

Fachada barroca, construcción renacentista y pasado gótico; mezcla total de estilos como la Catedral de Granada, aunque al contrario que ésta -que parece encajada a duras penas entre las sinuosas calles de la maravillosa alcaicería granadina; sólo la apertura de la Plaza de las Pasiegas dota de cierto empaque a un conjunto que jamás llega a alcanzar la monumentalidad- la Catedral de la Asunción surge sin que nadie ose hacerle sombra, destacándose con claridad en el perfil de la ciudad jiennense, perfectamente visible a varios kilómetros de distancia. Encarando al Ayuntamiento, poder civil y religioso enfrentados en una lucha sin fin, sin gloria y quizá sin sentido.

También es por antonomasia una de las catedrales del misterio: dentro hay quien dice haber visto el espectro de un niño, y hace unos años se encontró un misterioso cadáver justo frente a su puerta. Lo único cierto es que en ella se conserva y venera la enésima reliquia de Cristo, en este caso la Santa Faz. Todas las semanas mi abuela, como tantos otros, iba y venía andando del pueblo para rendirle tributo; peregrinos de tradiciones que se resisten a morir, al igual que una vez alguien erigió catedrales como la de Jaén con el fin último de que duraran para siempre.

– Jaén, 28 de septiembre de 2013.

Conversos de Al Ándalus: los mawali o muladíes

Hay quien dice que la aparición de las religiones es lo más dañino que nos ha podido pasar jamás. Yo me pregunto si estas mentes preclaras sabrán que la creencia religiosa no sólo es inherente al hombre, sino que nos define como especie, y es uno de los hitos que marcan la diferenciación entre el mono del que nacimos y el Sapiens Sapiens en el que nos convertimos. Un ser capaz de albergar un sentimiento de veneración hacia algo superior es un ser poseedor de pensamiento abstracto y, por ende, un ser que merece colgarse la etiqueta de humano.

No obstante, puedo entender su línea de razonamiento. Por religión, el hombre ha hecho miles de barbaridades; también las ha hecho por poder, por dinero o por deporte, pero pedir la quema de los estadios de fútbol sólo porque un aficionado reventó a patadas a otro no es mainstream ni mucho menos retuiteable. Evidentemente el impacto que han tenido las tres grandes religiones en el mundo no es comparable por su magnitud a ningún otro fenómeno; y las personas capaces de lanzarse de cabeza para matar por la cruz, la estrella de David o la media luna, innumerables.

Como otra cara de esta extrema fidelidad a la fe tenemos a las personas que bien por iniciativa propia, bien por amable sugerencia -que podía ir desde el beneficio económico a la abierta amenaza-, decidieron dejar la religión de sus padres para abrazar cualquiera de las otras dos. El caso más conocido es el de los judíos que se convirtieron al cristianismo, llamados conversos. El especial caso de la comunidad judía ha hecho que las conversiones masivas de Islam o cristianismo a su religión hayan sido prácticamente inexistentes. Sin embargo, encuentro que es poco conocida la situación real de los cristianos que, tras la fulgurante expansión musulmana, decidieron abrazar la fe de Mahoma. Hablamos de los mawali, aunque en España se les conoció con el nombre de muladíes.

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Del Descubrimiento que no fue tal, y otras curiosidades del 12 de octubre

Hoy es 12 de octubre, día de la Hispanidad y fiesta nacional de la patria que, salvo que se demuestre lo contrario, resulta que es la mía. 12 de octubre; día de la Raza en los países iberoamericanos, Columbus Day en yanquilandia, y día oficial de sentirse avergonzado por haber protagonizado el hecho más trascendente de la Historia Universal en este país nuestro tan especial en sus simpáticas peculiaridades.

(Absténgase algún descendiente de los ingleses que masacraron a los nativos norteamericanos o de los criollos que hicieron riqueza de la esclavitud ajena en venir a darnos lecciones a las personas cuyos ancestros se quedaron tranquilamente en su tierra. Por favor.)

Día, por tanto, perfecto para resaltar algunas curiosidades del Descubrimiento en sí.

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La incultura de España, que no la mía

Está hoy España preocupada porque ha salido un informe que dice que los españoles no sabemos ni leer, ni escribir, ni contar, ni sumar ni restar. Está España preocupadísima porque hoy es uno de los dos o tres días al año en el que se da cuenta de que la educación en este país tiene un problema, y de largo. Está España que de repente no vive por la escasa comprensión lectora de adultos y chavales; y afortunadamente el informe no aclara si nos sabemos o no la regla del fuera de juego, que eso ya sería intolerable.

Bromas aparte, un par de apuntes deslazados, sin orden ni concierto. Sin creer llevar la razón. Tan sólo aportando mi visión.

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El lugar al que siempre hay que volver

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Por razones sentimentales, y a pesar que estoy inmersa en la edición de fotos de mi segunda patria, hoy toca instantánea de la primera.

Supongo que un granadino hablando de la Alhambra no es lo más original del mundo. Supongo que alguien hablando de la tierra en la que nació y que lleva dentro, tampoco. Y eso que yo nací en Granada por casualidad. No había nada en mi familia que me vinculara con la ciudad nazarí. Quizá por eso fui a venir al mundo aquí. A la vera del Genil y a la vista de nuestra reina y señora. La que lleva ocho siglos vigilando desde su colina una tierra por la que a veces -y esto no es un halago- no parece pasar el tiempo.

Canta uno de mis grupos preferidos, los asturianos Warcry, que «si tengo que morir sea un día de lluvia y mirando hacia el mar». Morir, me temo, es algo que tenemos que hacer todos. La lluvia en Granada es un fenómeno menos anecdótico de lo que la gente piensa, pero tampoco me importaría que hiciera sol. Sustituyan el mar por el Darro o el Genil y yo sería feliz, pero me parece que no hay tantos hospitales con esas vistas, y si sucede inesperadamente no creo que en semejante tesitura esté yo para apreciar exquisiteces. Me conformo con que me metan bajo tierra para siempre  en el cementerio situado significativamente cerca de la Alhambra. Como si ni después de muertos los granadinos quisieran separarse de la vieja señora, altiva y roja, que habrá siempre de vigilarnos.

 

– Granada, 25 de agosto de 2013.

¿Por qué expulsaron los Reyes Católicos a los judíos?

Aprovecho que estos días la serie Isabel está rescatando uno de los puntos más oscuros del gobierno de los Reyes Católicos, y  la que probablemente sea la pregunta que más me han planteado en las charlas sobre el tema. La decisión de marginar primero, expulsar después, a los judíos de la Corona de Castilla, no sólo resulta tremendamente chocante desde la perspectiva de nuestro tiempo, sino que a la larga resultó ser un error tremebundo que lastró para siempre la economía de Castilla. Así que, aunque ya he mencionado varias veces el tema de refilón, me gustaría meterme de lleno en una de las cuestiones más complejas de la Edad Moderna española.

Expulsión de los judíos de España, de Emili Sala i Francés

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Santa Catalina

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Es difícil no verlo al acercarse a la ciudad de Jaén, salvo que uno sea especialmente miope o poco observador. El Castillo de Santa Catalina, también conocido como Alcázar de Jaén -no confundir con la cerveza homónima, y algún día habría que preguntarse por la manía de bautizar con el nombre de diversos castillos al zumo de cebada- se alza en el monte de la susodicha santa, dominado completamente toda la extensión del antiguo Santo Reino -arrebatado al señor Muhammad ibn Nasr, buen conocido nuestro-.

Fernando III mandó construir un castillo cristiano junto al alcázar moro, y la capilla lo consagró a Santa Catalina, patrona de la ciudad. Hasta el siglo XV no se mandaría construir la Torre del Homenaje que, como en tantos lugares de nuestra geografía, dominan como testigos silenciosos el lugar que un día defendieron de invasores, ejércitos y reyezuelos varios.

De asentamiento ibero a castillo cristiano, pasando por fortaleza mora y modificado por los franceses, que parece que no se quedan tranquilos si no dejan su huella en nuestras alcazabas y alcázares. Hoy, como casi todo lo que merece la pena ver, está cerrado esperando unas reformas que nadie sabe si se han hecho o si se harán. Eso sí, puede usted entrar al magnífico Parador anexo, que las obras fantasma sólo afectan a la cultura, nunca a los guiris en chanclas.

– Jaén, 28 de septiembre de 2013.