El espontáneo

OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Lo típico. Estás en cualquier sitio, con el objetivo elegido, la cámara preparada, la abertura ajustada, la luz medida, blablablá, cuando de repente aparece de la nada un señor espontáneo que se te plantifica en mitad del encuadre y te joroba, así por las buenas, la foto. A veces basta con esperar unos instantes a que el indeseable visitante desplace su masa corpórea fuera del plano; a veces -esto es muy típico cuando estás ante un monumento que milagrosamente has pillado despejado- la criatura no tiene otra cosa que hacer que quedarse parado en el sitio, o sentarse -horror- justo delante. La mayoría de las veces, además, sin levantar la cabeza del móvil; con lo que la mala leche y las ganas de enviarle a un centro hospitalario con un smartphone inserto hasta el colon se van incrementando a medida que el tiempo pasa y el espontáneo no se va.

Lo típico. Trípode montado, disparador enchufado, cámara estabilizada y configurada para captar un atardecer sobre el embalse de Cubillas -porque a falta de mar, los de interior fotografiamos hasta el agua de los grifos-. Y hete aquí que aparece, materializándose tras un árbol, el señor espontáneo al que nadie esperaba. Una piragua que se desliza con facilidad en la soledad del pantano, el remo hundiéndose en la superficie dorada por la luz del crepúsculo. Y el piragüista, cuya silueta queda inmortalizada, a contraluz, sin él saberlo, mientras maniobra su estrecha embarcación hasta el otro extremo del embalse.

Huelga decirlo, es el primer espontáneo bienvenido que he tenido en mi vida.

– Granada, 11 de septiembre de 2013.