Taifa

La primera vez que vi a Taifa ya sabía que se iba a llamar Taifa como sabía que tendría que ser un cocker spaniel, hembra, y de color negro. Soy una persona de ideas fijas, y a mis catorce años ninguno de los adultos que me acompañaban pudieron hacer mucho para inducirme a cambiar de opinión y llevarme en su lugar al otro cachorrillo, varón y canela, que se había puesto a juguetear a nuestro lado en cuanto pusimos un pie en aquel piso del centro de Jaén.

Mi por entonces futura perra aguardaba en el umbral del salón, panzuda y orejona, los ojos fijos en nosotros en una expresión a la que acabaría acostumbrándome. Taifa no daba -nunca dio- puntada sin hilo; aguardó hasta que se aseguró que no representábamos ningún peligro y entonces se acercó meneando su remedo de rabo. De nada sirvieron los halagos de mi madre y mis tíos hacia el cachorrillo canela, porque yo ya me había enamorado de aquel bicho observador e inteligente. Sin fijarme ya en su hermano, cogí a Taifa en brazos.

Y hasta hoy.

No hay palabras para expresar lo que se siente hacia un animal que te ha acompañado durante casi dieciséis años de tu vida. Abracé por primera vez al cachorro gordito y observador en el caluroso verano previo a empezar 4º de la ESO y hoy la que da clases en Secundaria soy yo. Taifa ha estado a mi lado en los años finales del instituto, en la Universidad, en las oposiciones, en mi primer trabajo y en todos los que han seguido. Taifa me ha acompañado en coche, en barco e incluso en la cabina de un avión. Ha recibido en casa a la mayoría de mis amigos y se ha dejado acariciar en la calle por muchos de mis compañeros de trabajo y alumnos. Me ha acompañado en varios pisos de alquiler que sólo me resultaban un poco más familiares cuando plantaba su cesta en el salón y su cacharro de agua en la cocina. Y lo ha hecho todo sin dar la sensación, en ningún momento, de preferir estar en otro lugar que el que ha ocupado siempre: a mi lado.

Taifa en la Décima vs Taifa en la Novena.
Taifa en la Décima vs Taifa en la Novena.

Es difícil escribir esto mientras Taifa apura los últimos momentos de una vida que ha sido extraordinariamente larga, plena y feliz, y su familia humana afronta el duro trago de una decisión dolorosa pero necesaria para salvaguardar la dignidad de la que siempre, no importa el tiempo que pase, será nuestra perra. Nuestra heroica, incombustible perra, a la que no pudieron tumbar ni una operación mal rematada, ni unos tumores, ni una artrosis, ni mil infecciones de oído y boca que la dejaron sorda como una tapia y sin apenas dientes. Porque Taifa es, por encima de todo lo demás, una superviviente nata.

Cuando publique esto mi perra observadora e inteligente, pedigüeña y sinvergüenza, tragona, mimosa y juguetona, perseguidora implacable de piedras, dormirá para siempre el sueño de los justos, el descanso de los leales, la merecida paz tras una vida de servicio a la única causa de ser mi mejor amiga. Cuando se publique esta entrada Taifa habrá dejado de existir en este mundo, pero no en el mío, porque yo pasaré mucho tiempo acostumbrándome a sentarme a comer sin escuchar un gañido y ver a mis pies un hocico demandante, rozándome con la nariz en un mudo “estoy aquí; dame de comer AHORA”, el remedo de rabo moviéndose a mil por hora.

Y probablemente, Taifa, te habrás ido de mi vida como llegaste a ella; en calma, con los ojos abiertos, observando fijamente, transmitiendo tantas cosas que jamás podrán ser escritas y que sólo podrá entender quien se haya asomado a ese pozo de lealtad que es la mirada de un perro.

Pero ni por un instante, a pesar del dolor que estaré sintiendo -que siento ya por tu inminente marcha- pienses que me he arrepentido de haberme mantenido en mis trece aquel día. De haberte preferido a ti, el cachorro gordito y tranquilote que, casi dieciséis años después, se lleva con él una parte de mí.

Que la tierra te sea leve, Taifa. Mi perra, ahora y siempre.

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7 de mayo de 2000 – 13 de febrero de 2016