Tiene gracia porque es verdad

No iba a escribir nada sobre el famoso libro de la editorial Alfaguara por tratarse de un tema del que otros profesores, con muchísima más sabiduría y experiencia que yo, se habían pronunciado de forma acertada. Twitter permite esas licencias: un simple RT o una cita, firmas bajo las palabras de otro y te ahorras tener que argumentar lo que ya ha sido argumentado. Que los dos meses de vacaciones pasan rápido y no hay que desaprovechar el tiempo en tonterías.

No iba a hacerlo, repito. Pero he aquí que ayer me llega por retuits un artículo de Elvira Lindo defendiendo el dichoso libro que me remueve en lo más hondo por varias razones. Primero porque admiro a la señora Lindo: pertenezco a la generación que creció con Manolito, y cuando fui demasiado mayor para emocionarme con las aventuras del niño de Carabanchel (alto), pasé a leer otras obras de la misma autora, que me encantaron. Segundo, porque los argumentos que proporciona me dejaron perpleja como educadora y como persona con dos dedos de frente. A grandes rasgos, Elvira Lindo proclama que hay que dejar que los niños se acerquen a cualquier libro, y que ellos solos ya discernirán el bien, el mal, la ironía o la sátira. Como profesora con un carácter marcadamente irónico que se ha pasado el último año dando clase a unos 90 chavales de 12 y 13 años, puedo asegurar que eso no es cierto.

Elvira Lindo tiene palabras muy duras hacia las 30.000 personas que firmamos en Change.org por la retirada del libro. Incluso se atreve, de una forma un poco absurda, a compararlo con la censura que ella sufrió en la versión estadounidense de uno de sus Manolitos, donde el puritanismo americano decidió que una foto de Las tres gracias de Rubens no podía aparecer en un libro para niños -es exactamente lo mismo, sí. Igualico-. Pero la defensa de Lindo me chirría profundamente porque tengo la sensación de que obvia la raíz del problema, la razón por la que esas 30.000 personas, muchos de ellos profesores, pedimos a Alfaguara que se retirara el ya famoso 75 consejos para sobrevivir en el colegio.

Mi problema con ese libro no está tanto en los párrafos referidos a tener novio como ese otro consejo, presentado en forma de post-it, a modo de recordatorio importante para la supervivencia en el colegio o instituto: siempre se tienen que meter con alguien así que asegúrate de que ese alguien no seas tú. Cierra los ojos si ese alguien es tu mejor amigo; es más, permítelo. Lo importante es que no seas tú.

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Fuente: @YaraCobaain

Como dirían los Simpson: tiene gracia porque es verdad.

Nuestro problema con el texto de Alfaguara es que se limita a recoger por escrito lo que viene siendo una tradición antigua y asentada en todos los centros educativos del país. Y cualquier profesor que haya dado clase durante más de unos días en la ESO (o en los cursos finales de Primaria) sabe que en el acoso escolar no sólo actúan, como actores principales, el acosador y el acosado. No, en cualquier caso de bullying intervienen otras personas que pueden inclinar la balanza hacia uno o otro lado: la actitud de los profesores o de los padres, por ejemplo. Pero lo que más marca la diferencia, en mi opinión, es el silencio cómplice de la mayoría que calla -o participa en los abusos de forma más o menos activa- movidos por una simple motivación: no ser los siguientes.

Imagino que Frisa se creía muy imaginativa y graciosa cuando daba esos consejos a chavales de 6º de Primaria. Lo que no sé si sabía es que no hacía falta que lo hiciera, proque esos chavales saben más que ella sobre la ley del silencio. Ignoro hasta qué punto hay sitio para la sátira y la ironía en un país donde el acoso escolar apenas empieza a ser visibilizado. Donde los protocolos de actuación de los centros son insuficientes, donde los profesores no recibimos formación para enfrentarnos a estos casos -no, al menos, por parte de la Administración- y donde los chicos y chicas para los que ir al colegio es un infierno no encuentran otra cosa en sus compañeros que ese silencio. Ese jodido silencio del que prefiere ser cómplice a víctima.

No deja de resultarme curioso que el mismo sector ideológico que defiende a capa y espada el libro de Frisa -y aquí aclaro que ya no hablo de Elvira Lindo, cuyas opiniones políticas desconozco- sean los mismos que ponen el grito en el cielo ante tuits de humor negro. Que los que presuponen sentido crítico y capacidad para hilar fino a chicos de 6º de Primaria no otorgan esa misma merced a los seguidores de Guillermo Zapata o al líder de Def con dos, por poner dos ejemplos muy en boga en estos últimos días. No deja de indignarme, sí, indignarme, que la misma sociedad que se echa encima con cada caso de acoso escolar, exigiendo soluciones inmediatas sin comprender la inmensa complejidad del problema -conozco historias que volarían la cabeza de cualquier guionista de Perdidos– permita que sus hijos lean mamarrachadas cuando la vida es tan corta y hay demasiados y buenos libros que leer.

Al contrario que Elvira Lindo, yo no creo que haya que dejar que los niños se acerquen a cualquier libro. Porque no se nos debe olvidar que una sarta de gilipolleces no deja de serlo por el simple hecho de estar encuadernada y tener tapa dura o blanda. No hay que presuponer que los potenciales lectores de Frisa van a entender la finísima ironía que rebosa su autora. No hay que comparar obras como Manolito Gafotas, enmarcado en el contexto de la España de hace dos décadas, con un manual actual de consejos estúpidos francamente prescindible.

No, una sociedad avanzada no debe censurar libros. Pero sí debe establecer una gradación por edades. 75 consejos para sobrevivir en el colegio, sencillamente, es inadecuado para la edad a la que va dirigido. Una edad en la que no todos los niños saben discernir la fantasía de la realidad o comprender la sátira y el sarcasmo.

Este curso vi a un buen chico de 1º de ESO salir de clase con un ataque de ansiedad morrocotudo ante el silencio de sus compañeros. Vi a este chico responsable, estudioso y educado decir que estaba hasta los cojones del puto instituto. Lo triste es que ni fue la primera vez, ni será la última.

Así que mi problema con el libro de María Frisa es que no dice más que la pura verdad. Y por eso no me hace ninguna gracia.

Vida de profesor: lo bueno y lo genial

Continúo con la valoración general de mi trabajo que empecé hace dos entradas. Esta vez toca el turno al lado bueno de la balanza:

– El trabajo de profesor es ameno. Salvo excepciones, la mayoría de las mañanas se te pasan volando. La intensidad de la que hablaba en la anterior entrada también significa que no haya apenas espacio para el aburrimiento, y que de hecho muchas veces te sorprenda el timbre y ni los alumnos ni tú os hayáis dado cuenta de que acababa la clase (me ha pasado este curso, y varias veces).

– El trabajo de profesor puede ser divertido, imaginativo, dinámico. Tienes total libertad para impartir las clases como a ti te dé la gana, por lo que puedes echar a volar tu imaginación. Hay mil y una formas de dar clase; puedes introducir el aprendizaje cooperativo, el aprendizaje por proyectos, los recursos multimedia, juegos de rol, teatro. Porque…

– …La imaginación de los críos no tiene límite. Y si eres capaz de encontrar las herramientas para espolearla, te lo vas a pasar como un enano (y ellos más). Yo este curso he sustituido los habituales ejercicios de boli y libreta por actividades de role-playing o pequeños teatros cuyos guiones escribían los propios alumnos. Y nos hemos reído muchísimo al tiempo que aprendían.

– A pesar de lo que diga la corriente catastrofista que impera en cuanto sale alguna noticia relacionada con la educación, el 99% de los chavales que abarrotan un instituto son buena gente. Pueden ser mejores o peores estudiantes, pueden estar más o menos interesados, pueden dar más o menos la lata en clase, pero es raro encontrar a un chico con mala baba y la etiqueta “futuro delincuente juvenil” colgada de la chepa. No, no tienen la misma actitud que teníamos nosotros respecto a nuestros profesores, pero eso no quiere decir que no sea posible, y fácil, llevarse bien con ellos. Tan sólo se necesita un poco de buena voluntad, empatía y respeto. Los casos de agresiones son lo suficientemente aislados para convertirse en portadas de periódicos.

Trabajar de profe te hace mejor persona. Sí, porque te permite cultivar una serie de cualidades como la asertividad, la paciencia, la creatividad. Exponerte todos los días a cuatro o cinco clases de treinta adolescentes hace que, poco a poco, vayas perdiendo el miedo al ridículo o al qué dirán los demás. También aprendes a mantener la calma, a controlar los nervios en la mayoría de situaciones. Todas las herramientas que has incorporado en el aula después se trasladan a la vida diaria, donde resultan ser muy útiles.

– Tus años de profe interino te permiten conocer ciudades donde nunca has estado y pueblos donde jamás hubieras estado. Durante un curso entero puedes explorar los contornos del destino donde hayas caído ese año. Tu familia y amigos, por supuesto, encantados de la vida.

– También te permite conocer gente. Compañeros de distintos institutos que por una razón u otra acaban formando parte de tu vida. Profesores con los que compartes horas de recreo, guardias, claustros, evaluaciones, y de los que acabas aprendiendo muchísimo.

– El horario, si exceptuamos el trabajo que hacemos en casa, no es malo, ni depende de los caprichos del jefe de turno. Los dos meses de vacaciones permiten desconectar y recargar las pilas para el nuevo curso.

– Cuando das clase a una media de 100-120 alumnos por año es inevitable que conectes de forma especial con algunos de ellos, que tengas repercusión en tu forma de ser o de pensar y que años después todavía te recuerden como alguien que les influyó a la hora de tomar determinado camino en su vida. Y eso mola. Mucho.

– Cosas como estas:

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Viñeta de un cómic que me ha hecho una de mis alumnas de 1º de ESO

Y, finalmente, la razón principal: porque trabajas formando al futuro de este país. Algún día yo estaré criando malvas mientras alguno de los chicos y chicas a los que he dado clase dirigirán sus propias empresas, atenderán a enfermos en su consultorio, formarán parte de investigaciones, o sencillamente serán felices y extenderán esa felicidad a los que les rodean. Educar a las personas que continuarán nuestra labor cuando nosotros ya no estemos es una responsabilidad muy grande, e inculcarles los valores que forman parte de las Ciencias Sociales -tolerancia, multiculturalidad, autocrítica, conocimiento, respeto- mi forma de contribuir a construir un mundo mejor.