La leyenda negra: América y la Brevísima

El vídeo que encabeza la entrada se hizo relativamente famoso el año pasado, por lo que puede que ustedes ya lo hayan visto; si no lo han hecho, les emplazo ahora mismo a hacerlo. Más allá de la opinión que me merezca el alcalde de Mijas (en Youtube hay vídeos de otras intervenciones suyas, menos gloriosas) lo cierto es que aquel día estuvo tremendamente inspirado y dio una respuesta absolutamente soberbia a un discurso que sólo manifiesta -“Descubrimiento“ es un término imperialista y por eso planteamos sustituirlo por ”Villa Romana»…¿en serio?– una profunda falta de cultura.

Lo triste es que esta falta de cultura no sea exclusiva del concejal que habla en el vídeo ni del grupo al que representa -por si a alguien le interesa, una coalición entre el grupo Los Verdes y un partido llamado Alternativa Mijeña en cuya página web pueden ver que se presentan con una doble nomenclatura, Artehnatiba Miheña, imagino que redactado en un supuesto idioma andaluz-. Lo triste es que esta falta de razonamiento crítico ante la Historia y de falta de capacidad de contextualización de la mayoría de la población española. De eso, me temo, no tiene culpa nadie salvo los profesores.

Reconozco que aún no he terminado de entender por qué esta virulencia y esta capacidad de ofensa cuando se habla del llamado Descubrimiento. Me explico: a mí se me enamora el alma cuando veo una falcata. La cultura ibera, su divergencia, su heterogeneidad -desde la riqueza de los turdetanos (zona de la actual Sevilla) hasta el relativo atraso neolítico de los gemnetas (Baleares)- sus rasgos celtas en el norte… Todo lo relacionado con los iberos es fascinante, y no sé cuántas horas habré pasado mirando fijamente la réplica de la Dama de Baza que saluda a los viajeros que entran al Aeropuerto de Granada. Ella y su prima hermana, la Dama de Elche, son los más famosos vestigios de los que quizá pudieran ser llamados habitantes primigenios de estas tierras, si antes no hubieran existido culturas tan desconocidas -tanto que no sabemos realmente dónde estuvieron exactamente situadas- como Tartessos, amén de las colonizaciones griegas y fenicias. Un auténtico sustrato de pueblos que convivían, comerciaban, se peleaban y configuraban lo que un señor llamado Heródoto denominó -prácticamente por primera vez- Iberia.

Y sin embargo, este sustrato inicial, esto que podríamos llamar, generalizando bastante, los primeros españoles -al menos en etapa histórica- acabó siendo absorbido por un pueblo mucho más avanzado tecnológica y militarmente, después de que Iberia se convirtiera en uno más de los campos de batalla entre ellos y otro pueblo antagónico, también muy desarrollado. Algunos pacíficamente, otros manu militari, la mayoría de pueblos iberos fueron siendo conquistados y aculturados por los más imperialistas de los imperialistas: el Imperio romano.

Y aun así, me la juego a que jamás habrán visto a un español reprochándole a un italiano romano oriundo del monte Capitolino -pues el resto casi que también es territorio conquistado- el genocidio perpetrado con la rica cultura ibera.

Entre otras cosas, porque nos obligaría a plantearnos… ¿qué han hecho por nosotros los romanos?

Con la desintegración del Imperio romano (y en parte siendo culpables de ella) vinieron los que tradicionalmente se llamaban pueblos bárbaros. Ellos nos trajeron la Edad Media con todo lo que ello significa; a los visigodos les debemos, entre otras cosas, algo tan arquitectónicamente fundamental como el arco de herradura, invento que erróneamente se ha atribuido durante mucho tiempo a los árabes. A las invasiones del norte de África se les deben tantas cosas que no cabrían en una sola entrada. Y después llegarían los pueblos cristianos del norte, para devolvernos lo más importante de todo: naturalmente, hablo del jamón.

¿Con esta introducción tan larga qué quiero decir? Que quien no ha conquistado Iberia, Hispania, llámenla como quieran, es porque no ha querido. Que de esas sucesivas conquistas, emigraciones e inmigraciones se configura el actual pueblo español. Y que incluso el más patriota podría reconocer que, fusilamientos y carga de los mamelucos aparte, las ideas que trajeron los franceses de S. M. José I de España habrían supuesto un gran adelanto para nuestro país, -siempre y cuando hubieran dejado su horrible comida al otro lado de los Pirineos-.

¿Qué les debemos a todos ellos, tartesios, iberos, cartagineses, fenicios, griegos, romanos, visigodos, vándalos, árabes, andalusíes, beréberes, almorávides, almohades, asturleoneses, aragoneses, navarros, castellanos, nazaríes…?

Lo que somos

Y por esta simple razón, se me escapa la virulencia y la falta de contexto con la que últimamente se aborda el Descubrimiento y Conquista de América. Pues al igual que el españolito de hoy no podría negar ninguna de sus herencias sin hacer el ridículo, América, en su totalidad y heterogeneidad, se debe actualmente casi tanto a las influencias europeas y africanas como al sustrato indígena -originario, por cierto, de Asia-. América, como España, no habría sido lo que es hoy sin las sucesivas oleadas de pueblos, primero invasores, luego inmigrantes. Para bien o para mal.

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La leyenda negra: Flandes y la Apología de Guillermo de Orange

En verano de 2010 la selección española de fútbol ganaba su primer Mundial frente a una revitalizada Holanda que nada pudo hacer frente a la hegemonía balompédica de España. En la víspera al partido, y entre análisis con más o menos rigor, reportajes mil y nervios -muchos nervios- más de uno señaló la ironía que se produciría en cuanto ambos equipos saltasen al campo y sonaran sus respectivos nacionales: el Wilhemus, himno holandés, hacía mención al rey del que esa noche sería el país rival.

Aquí el Wilhemus con letra (y traducido):

Y aquí el momento en el que Robben, Sneijder, Van Persie y compañía lo farfullan con el convencimiento típico de los futbolistas cuando están muertos de miedo (je):

Evidentemente el tal Wilhemus del himno no es otro que Guillermo de Orange. Sí, el que luchó contra España en la guerra de Flandes, y además escribió un texto, la Apología de Guillermo de Orange, que sería la base de nuestra leyenda negra. ¿Y qué hace el tipo éste presumiendo de ser leal al rey? Pasen y vean.

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La leyenda negra: orígenes e introducción

Para introducir el peliagudo asunto de la leyenda negra, nada mejor que recurrir una anécdota absolutamente deliciosa y esclarecedora narrada por Joseph Pérez en su obra dedicada al tema, que describe con precisión la mentalidad hispana y nuestra incapacidad -voluntaria- para abandonar ciertas preconcepciones mentales. Cuenta Pérez que el 1 de julio del año 1998 se vivió en la Cámara de los Lores de Londres un hecho absolutamente insólito: los allí reunidos, con los hispanistas ingleses sir Hugh Thomas y sir John Elliott entre ellos, rindieron homenaje al que a fin de cuentas había sido rey de Inglaterra, Felipe II, presentándolo como «uno de los monarcas más europeos de la Historia». Repito por si alguien no capta la miga del asunto: la cámara alta del país que había sido enconado enemigo de nuestro rey prudente reconociendo su valía más allá de la imagen -que ellos contribuyeron a crear- de ese rey fanático, cruel y ambicioso.

Famoso retrato de Antonio Moro. El gesto severo y la cara de pocos amigos es porque venía, literalmente, de armar la de San Quintín.
Famoso retrato de Antonio Moro. El gesto severo y la cara de pocos amigos es porque venía, literalmente, de armar la de San Quintín.

Y mientras en la Pérfida Albión los hijos de la Gran Bretaña homenajeaban a uno de los monarcas más importantes de la Casa Austria, ¿qué ocurría en nuestra entrañable piel de toro? Pues, siempre según Pérez, que varios intelectuales de izquierda se negaban a leer el libro de otro prestigioso hispanista británico, Geoffrey Parker, que desde el rigor y el análisis de las fuentes desmontaba varios de los mitos asociados con Felipe II. Así nos han criado y así somos. Para darnos de comer aparte.

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Desmontando mitos: la tolerancia de la Ál-Andalus multicultural

La historia ya se la saben. Desde el año 711 hasta 1492 la Península Ibérica, en mayor o menor parte, vive ocho siglos de dominio musulmán que nos legan algunos de los períodos más brillantes de ésta nuestra piel de toro. Esplendor político, con el Califato de Córdoba, uno de los estados más importantes de la época; y esplendor cultural, como por ejemplo con el Reino Nazarí, que recoge toda la herencia andalusí y la inmortaliza en obras como la sin igual Alhambra. Así, cuando el último rey musulmán emprende el camino de salida con lágrimas en los ojos -y yo le entiendo perfectamente- es tal la huella dejada por la cultura árabe/andalusí que aún la percibimos hoy en día.

Hasta ahí, bien.

No obstante, resulta que el mito va más allá. A menudo se asocia la imagen legendaria de Al-Ándalus con las palabras “crisol de culturas”, o, aún peor, el concepto moderno tolerancia. En escuelas e institutos se transmite con absoluta ignorancia una imagen bucólica, más sacada de Las mil y una noches que de la realidad, de una España musulmana donde judíos, cristianos y musulmanes vivían en paz y armonía.

Una imagen muy bonita que tiene como único defecto ser absolutamente falsa.

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Desmontando mitos: cuando Castilla deshizo a España.

“La tierra está desnuda junto al cielo”. Hace unos días leí esa frase referente a Castilla, y desde entonces se repite periódicamente, como un eco. Hablar de la orografía de Castilla sin caer en el tópico de la meseta infinita y la inacabable planicie es difícil. La metáfora de la tierra desnuda junto al cielo es probablemente lo más original y exacto que haya leído; no puedo evitar evocar con el aire romántico de un viajero decimonónico mis propios viajes atravesando esa tierra en cueros bajo el cielo infinito.

El caso es que esa frase forma parte de una tremenda hipérbole con la que Fernando García de Cortázar comienza su capítulo dedicado al mito de Castilla en su libro dedicado a los mitos de España. En un inicio que pasa, punto por punto, por todos los tópicos de la arcaica e imperialista meseta, desnudándolos hasta el punto de que rozan el ridículo. Pero he aquí que una de esas hipérboles te llega y te toca el alma. Dice mucho de Castilla, como tótem, que no se pueda ironizar sobre ella sin rozar la verdad, y no se pueda tampoco analizar la verdad sin caer, un poco, en el mito.

Dijo el importante geógrafo Élisée Reclus, y así lo recoge Manuel de Terán en su obra sobre la Geografía de España, que Castilla es la España por excelencia. Esta identificación está tan extendida que todos hemos caído en ella en algún momento de nuestras vidas. Quizá desde un punto geográfico tenga cierto sentido, aunque me cuesta pensar que el turista extranjero relacione más España con la meseta castellana que con las playas de la costa levantina o andaluza donde probablemente veranea.

La meseta es más una entidad geopolítica que un producto de la formación geológica de Iberia. Una meseta para dominarlos a todos, habrá pensado más de uno en la periferia. Una meseta de tierras y mentes yermas, catolicismo ardiente, atraso secular casi genético, orgullo de raza hidalga. La meseta que supuestamente nos define a los que vivimos en el verde norte, el cosmopolita levante o las suaves ondulaciones de los campos de olivos sureños. La meseta de los Cides y los Quijotes.

Vista de Segovia, de Zuloaga.
Vista de Segovia, de Zuloaga.

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Homenaje a un rey inteligente

A estas alturas de la vida, huelga aclarar, yo no espero ni un mínimo de rigor histórico en la televisión y el cine. Ni rigor ni vergüenza. Creo que fue en la Troya de Brad Pitt vigoréxico donde tuvieron el cuajo de mostrar un mosaico con el perfil de lo que hoy conocemos como Europa mediterránea y tal. Mediterranean Sea, se leía en el supuesto mosaico griego. Así, con un par. Desde entonces la verdad es que me da bastante igual todo. Y si en una peli de romanos como es Gladiator se lanzan octavillas impresas, pues me encojo de hombros e intento no tener cerca ningún objeto punzante.

El caso es que el otro día me indigné realmente, y lo hice viendo una serie de estas modernas que pretenden ambientarse en el pasado sin apenas haberse leído el capítulo correspondiente de la Wikipedia. En fin. La serie en cuestión se llama Da Vinci’s demons y nos cuenta las andanzas del célebre genio multidisciplinar, siendo su único y principal atractivo el presentar a Leonardo como un joven bastante ídem. Que no es que yo me oponga a actualizar la imagen de los grandes personajes de la Historia para atraer el interés. Para nada.

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Desmontando mitos: Torquemada.

«Hasta por lo menos finales del s. XVIII no hubo tolerancia religiosa en ningún país de Europa, fuera católico o protestante (…). En la Edad Media, lo mismo que en la Moderna, nunca existió lo que llamamos tolerancia, libertad de conciencia, respeto del otro.»

– Joseph Pérez, Crónica de la Inquisición en España.

Yo imagino que esto pasará con todas las disciplinas, pero en cuestiones históricas, las injerencias del saber popular se llevan la palma. Hay tantos mitos, leyendas negras, leyendas rosas y pre concepciones, que incluso podemos encontrar una sección concreta de obras historiográficas dedicadas a desmontar tanta pamplina; sin que nadie, por supuesto, les haga ni puñetero caso.

La lista es larga y bien conocida, pero si hay algo que me duele especialmente es todo lo que afecta a la Edad Moderna hispana. Concretamente hay un asunto que me saca de las pocas casillas que tengo, que es el de la archifamosa inquisición española. Y dentro de ella, la figura de su más célebre inquisidor: fray Tomás de Torquemada.

La verdad es que la imagen no ayuda a cogerle simpatía.
La verdad es que la imagen no ayuda a cogerle simpatía.

Torquemada, Torquemada. El mismo nombre parece provocar escalofríos. Todos tenemos su imagen grabada en la retina, severo rostro de rasgos duros matizados por la tonsura; imagen del fanático, del monje inculto e irracional, siempre olfateando la herejía y buscando, tras cada esquina, al perverso judaizante.

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