Pasé más de diez años de mi vida atravesando esta pequeña placita a diario, y varias veces me acordé de la santísima madre de quien decidió colocar, justo tras la emblemática estatua de Isabel y Colón, un feísimo edificio de cristales perteneciente en su día -ya no sé de quién será- al Banco Santander. Pero la verdad es que el feote edificio de cristaleras, que en la foto obviamente no aparece -no soy tan masoquista- contribuye, lo quiera o no, a aportar cierto sabor local a la calle principal de Granada: la Gran Vía de Colón.
La Gran Vía es una calle grande para una ciudad pequeña. Es un lugar que me gusta especialmente cuando llueve y el cielo está gris, no sé por qué, quizá porque le da cierto aire añejo que concuerda con los edificios de hace un siglo que flanquean la calle. La Gran Vía debe recorrerse -si se puede- con el cuello estirado para admirar los innumerables detalles que jalonan las fachadas. Y también, por qué no decirlo, para no apreciar la vergonzosa suciedad que emborrona los bajos y los callejones adyacentes.
Así es Granada y por eso tiene sentido que un mastodonte horripilante de cristal enturbie la vista al mirar al fondo por encima de la cabeza de la reina de Castilla y del señor almirante. Mientras otras ciudades exaltan sus bondades, Granada boicotea su propia belleza con una saña difícil de explicar. Sólo así se explica la roña que presentan alguno de sus barrios más emblemáticos o el insoportable pegote naranja que los granadinos hemos de tragar cuando miramos al horizonte, compartiendo espacio vital con nuestra queridísima Alhambra. Esto también es malafollá.
Y frente a la cristalera pavorosa se hallan ellos dos. Una estatua que refleja el que probablemente sea el momento más importante de la Historia de España; desde lejos parece que él se está arrodillando, pero al acercarnos comprobamos que no. Colón le está enseñando un mapa y convenciendo a la reina. Ella escucha atentamente, parece incluso a punto de decir algo. Quizá hacer una objeción. A fin de cuentas, a él le ha costado Dios y ayuda -concretamente la del confesor de la reina- que le reciban. Le va a costar aún más que le hagan caso, y no será hasta después de la toma de Granada cuando Castilla, en su eterno afán por ir ampliando sus fronteras dibujándolas con su propia sangre, se tome al fin en serio la empresa de lanzarse al océano a buscar aún no tenemos muy bien claro el qué.
Fue en Santa Fe, a tan sólo unos kilómetros de donde se levanta la estatua. Miles de granadinos y de no granadinos pasan a diario por allí. Es el punto de referencia en la ciudad, es el lugar donde todo el mundo para a hacerse fotos, con la legendaria heladería Los italianos a unos pasos y unos escalones perfectos para sentarse a descansar un rato y maldecir el calor o el frío, que en esta ciudad el clima nunca está a gusto de nadie.
Haciéndoles caso omiso y con su incómodo guardaespaldas detrás, Colón e Isabel conversan desde hace más de cien años. Es la conversación que cambió el mundo.
– Granada, 16 de julio de 2013.