Tres imágenes y dos preguntas (sin respuesta).

Hay imágenes que marcan a toda una generación. Estoy segura de que, si pregunto a mis padres, podrán decirme dónde estaban y qué hacían el día que cayó el Muro de Berlín, el día del atentado contra Carrero Blanco o el 20 de noviembre de 1975. Un profesor de carrera nos relataba con una escaloriante precisión el brutal terror que le recorrió el cuerpo cuando, recibiendo una clase práctica de la autoescuela, escuchó en la radio del coche que Tejero andaba pegando tiros en el Congreso.

Puede que algunos de estos sucesos no les afectaran personalmente -es obvio que la muerte de Franco supuso un radical giro en la Historia de España- pero de alguna forma les marcaron. No les perjudicó -ni benefició- directamente pero jamás lo olvidarían. No volvieron a ser los mismos.

De la misma forma, hay tres sucesos, tres hechos, que se imprimieron a fuego en la generación de los nacidos a mediados de los ochenta y que ninguno de nosotros podrá olvidar. Sucesos que nos afectaron -en su mayoría- indirectamente, pero que dejaron una profunda huella en nuestra forma de ser y pensar.

Asesinato de Miguel Ángel Blanco

Julio del 97. Yo tenía once años y ETA era tan sólo un concepto nebuloso. Estaba pasando los días en la casa de mi abuela en el pueblo, soportando el insoportable verano jiennense con la pequeña y rudimentaria piscina, casi alberca -sin depuradora, y donde el chorreón de lejía diario era el único mantenimiento que recibía el agua-, que teníamos en un rincón del patio cubierto de jazmines.

Fue antes de la época del móvil e Internet, cuando toda la familia solía reunirse en el salón a ver las noticias. Los mayores en los sillones y yo tirada en el suelo, probablemente leyendo. Fue en alguno de esos días tórridos y extraordinariamente largos cuando escuché por la tele que los de ETA habían secuestrado a un señor y amenazaban con matarlo si no acercaban los presos al País Vasco. O algo así.

No sé cómo me di cuenta de que aquella noticia no era una noticia más. Que no era un atentado más. Puede que en la ansiedad con la que toda mi familia seguía el caso por cada boletín de noticias. Puede que en las concentraciones espontáneas que empezaron a surgir por toda España.

Puede que fuera cuando al fin Miguel Ángel fue hallado muerto y los pelos se me pusieron de punta al ver a tanta gente reunida, manos al cielo y con una simple y aceptable reivindicación: PAZ. O que ocurriera al día siguiente cuando, tras la misa, en la placita de aquel pueblo jiennense vi a gente llorar a lágrima viva por un concejal vasco asesinado en un lugar del que ni siquiera había escuchado hablar antes.

Tenía once años y era poco lo que sabía de la maldad, pero aprendí durante aquellos días de agosto. Aprendí lo que era la crueldad. Me di de bruces con la realidad -con la realidad cruda del mundo, tan distinta de los cuentos, tan distante de los tebeos infantiles- al enterarme de que unos tipos habían mantenido preso a otro para luego dispararle un tiro en la nuca, como si fuera un animal, como si fuera uno de esos conejos a los que una vez vi desnucar en la calle de abajo.

Aprendí lo que era la injusticia, pero también la indignación. Tuve un primer contacto con la solidaridad, con la valentía. Y me sentí por primera vez parte de un mismo colectivo, de un mismo pueblo, que exigía justicia desde Ermua hasta Jaén.

Atentado de las Torres Gemelas.

11 de septiembre de 2001. Tenía quince años, para dieciséis, eran las tres de la tarde y, huelga decirlo, acababan de terminar Los Simpsons. Por indudable influencia de la familia amarilla, todos los telediarios de mi adolescencia tienen el logo de A3 y la voz de Matías Prats Jr.

Aquel mediodía, Matías Prats leyó los titulares -destacaba el caso Gescartera, primera plana en la época- y acto seguido anunció que estaban llegando imágenes de un incendio en una de las Torres Gemelas de Nueva York. Recuerdo la emoción del momento y que estuve a punto de levantarme para avisar a mi madre, que estaba en el pasillo hablando con la vecina. No lo hice, me quedé sentada, y vi las imágenes que pasaron a la Historia. El «Dios santo» de Matías. «La otra torre, la otra torre». La toma de conciencia de que estábamos presenciando, en riguroso directo, un atentado de proporciones gigantescas.

Aquel día puede que sintiera el mismo escalofrío de terror que, años antes, había recorrido el espinazo de quien se acabaría convirtiendo en mi profesor de facultad. Fue la certeza de estar contemplando algo que cambiaría el mundo, y al mismo tiempo ese miedo, mezclado con una profunda intertidumbre, a lo que pasaría el día de mañana.

Si con Miguel Ángel Blanco aprendí lo que era la crueldad, aquel 11 de septiembre aprecié su auténtica magnitud. Llegué a obsesionarme hasta cierto punto con el atentado, recopilando reportajes en cintas VHS, con la obsesión de intentar comprender por qué alguien podía acabar con la vida de tres mil personas, de golpe y porrazo. No lo conseguí, evidentemente. Pero puede que aquel día se gestara mi pasión por la Historia.

Atentado del 11M

11 de marzo de 2004. Tenía dieciocho años y estaba en 1º de carrera. Era un jueves como otro cualquiera. Aún recuerdo las clases que tuve aquel día, y también que decidí saltarme la última de ellas para llegar antes a casa.

Por esa razón, el autobús que pasaba por el Campus de Cartuja iba medio vacío. Pero había algo más. En ese autobús, en el que iban una decena de personas, reinaba un artificial y sepulcral silencio, silencio como jamás lo había escuchado, un silencio que me hizo sospechar -no llevaba radio encima, no había oído nada dentro de la facultad, y aún quedaba mucho tiempo para los móviles con acceso a Internet- que algo iba mal.

Tengo grabado el trayecto a casa, mirar a la gente a los ojos y aumentar mi certeza de que algo había ocurrido. Y por encima de todo puedo rebobinar, como en una cinta de vídeo, el momento en el que abro la puerta, llevando la cartera en la mano -lo sé porque unos segundos más tarde la tiraría, con rabia, sobre la mesa-, y lo primero que veo es la televisión encendida con un puñado de hierrajos retorcidos.

Huelga explicar qué fue el 11M, qué significó, qué ocurrió después. Para mí fue como encontrarme el terror el casa, como entrar a mi habitación y ver allí a un desconocido. No conocía a nadie que se viera directamente afectado por la tragedia, pero me convertí en una bola de odio que durante una semana vagó por foros y webs varios, llena de resentimiento y sin poder dormir bien. Aún puedo notar parte de ese odio, aunque atemperado por los años. Aún conservo intacto el escepticismo, el asco total que me embargó al ver cómo los políticos usaban la muerte de más de doscientos compatriotas para ganar votos.

Fue como un largo viaje. Un día descubrí la realidad. Otro, el lado más atroz del ser humano. Entré en la carrera buscando un por qué, y un 11 de marzo me di cuenta de que la verdadera pregunta no era ésa, sino cómo solucionarlo. Me pasé el resto de mis años de facultad intentando encontrar la respuesta. Aún, podría decirse, sigo en ello.

Aunque empiezo a sospechar que no la tiene.

Un comentario en “Tres imágenes y dos preguntas (sin respuesta).

  1. Y esto es lo que la maldad deja, personas como tu buscando un porque? o como evitar que ocurra nuevamente! Personas que no conciben tanta maldad, pero sin embargo en busca de una explicación son capaces de vislumbrar un futuro para ellos. Me alegro enormemente que estos hechos te incentivasen tu pasión por la historia y que hoy tengas la oportunidad de enseñar.

    No recuerdo mucho de aquella tragedia, como la viví personalmente -tengo, por decirlo de alguna forma la facultad para bloquear ciertos hechos dolorosos memoria selectiva, le llaman, yo le digo «ser cobarde», pero eso es otro cuento- Solo que al llegar a casa, vi la segunda torre ser atravesada por el avión y allí acaban mis recuerdos, todo lo que puedo saber es por los informativos y películas cutres.

    Al igual que tu no concibo semejante maldad, mas aun si tomas en cuenta que vivo en un país donde fuimos gobernados por un Régimen Militar, que ejecuto a miles de personas que no estaban de acuerdo con el pensamiento de los Gobernantes, aun nos pesa tal genocidio, aun en esta fecha ves a los manifestantes en la calle en víspera del 11 de Septiembre y el mismo día enfrentados con Carabineros gritando consignas comunistas…aun puedes ver a mi País divido por un hecho que lleno de sangre este mismo, aun, aunque ahora si te he de ser sincera son jóvenes, niños, que si les preguntas casi nada saben de ese 11S que comenzó todo y es mas si les preguntas por que están allí, solo contestaran en repudio a lo ocurrido en esa fecha, sin ni siquiera estar informados realmente de lo que significa.

    Ves me fui por las ramas, siempre sucede. Todos en alguna forma u otra hemos sido espectadores de diferentes hechos que marcan un país o al mundo en general, donde la maldad toma las riendas y siembra coas, miedo. El como manejamos la información y que sacamos de ella, que enseñanza deja o como la usaremos en un futuro, en bien de la humanidad o nuestro entorno, es lo que la maldad no imagina sucederá, usarla en pos de enseñar a que esto no vuelva a ocurrir.

    Excelente post Profe!

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