La incultura de España, que no la mía

Está hoy España preocupada porque ha salido un informe que dice que los españoles no sabemos ni leer, ni escribir, ni contar, ni sumar ni restar. Está España preocupadísima porque hoy es uno de los dos o tres días al año en el que se da cuenta de que la educación en este país tiene un problema, y de largo. Está España que de repente no vive por la escasa comprensión lectora de adultos y chavales; y afortunadamente el informe no aclara si nos sabemos o no la regla del fuera de juego, que eso ya sería intolerable.

Bromas aparte, un par de apuntes deslazados, sin orden ni concierto. Sin creer llevar la razón. Tan sólo aportando mi visión.

1. Por favor, dejen de hablar de España como si fuera un ente vivo que respira y que siempre tiene la culpa de todo. España, como Hacienda, somos todos -de momento-. La burricie de España es la mía, es la tuya, es la del vecino de al lado. Los problemas de España los causamos todos, incluido ese señor que se queja de lo mangantes que somos mientras pide sus facturillas en negro. Empecemos por ahí.

2. No voy a hablar de la LOGSE, la LOE, la LOMCE y la madre que las trajo a todas. Me limitaré a señalar que es difícil parir una buena ley de Educación si no se cuenta, en ningún caso, con la opinión de los profesionales que se dedican a ello.

3. El nivel baja, dicen. Pues es verdad, para qué negarlo. Mi madre (nacida en los años cincuenta) estudiaba latín a una edad que corresponde a la ESO de hoy. Pero también estudiaba materias tan edificantes como la Formación del Espíritu Nacional a la vez que omitía, de la Historia reciente de España, todo lo que sucediera antes del Glorioso Alzamiento. Tenían clases de “labores de mujeres” y una Religión en la que no cabía mención a otras opciones. Yo (años ochenta) he recibido una educación quizá más liviana en contenidos pero mucho más rica en las actitudes y procedimientos. Discúlpenme, pero al contrario que la mayoría de personas, pienso que mi educación ha sido mejor que la de mis padres.

4. Anotación al punto anterior: hace dos años impartía 1º de Bachillerato. Daba la feliz coincidencia de que el libro era de la misma editorial que yo había tenido -sufrido, porque era malo con ganas- en mi propio bachiller, diez cursos atrás. Comparé ambos. Los contenidos eran básicamente los mismos; el nuevo, eso sí, tenía menos actividades “de copiar”, más gráficos, más mapas, más direcciones de Internet. Decidan ustedes si eso es bueno o malo.

5. Donde sí noté una diferencia brutal fue en el libro que me dieron para la ESO. Me parecía pobre, enclenque, con pocas y repetitivas actividades y mal redactado. Pero unos meses después fui a parar a otro centro donde recibí, para el mismo curso, un libro de otra editorial, completamente distinto. Porque hay unos contenidos mínimos que deben incluirse en todos los libros de texto, pero cada editorial tiene libertad para desarrollarlos de la manera que crea oportuno. He tenido buenos libros en mis manos que se parecen mucho a los que yo misma usaba en la EGB. Y ninguno era de las grandes editoriales. Ahí cada departamento tiene total libertad para elegir sus libros. Y a menudo esa elección se hace dependiendo más de factores ajenos al libro, como la amistad con el representante o los regalitos que le puedan caer al jefe de turno -para uso del departamento, por supuesto. Je- por escoger su editorial.

6. Pongámonos no obstante en que vivimos en los mundos de Yupi, la ley de la educación se elabora racionalmente, los contenidos se eligen de forma sabia y los mejores libros son los que hay en las aulas. Díganme: ¿de qué sirve todo esto si cuando un profesor tiene un alto ratio de alumnos suspensos inmediatamente se le aparece el inspector encima, sugiriéndole que alce la mano -baje el nivel- para poder reflejar mejores resultados en sus gráficas? ¿En dónde queda la calidad de la educación cuando un profesor se ve presionado amigablemente por la inspección o el equipo directivo para aprobar a un alumno con un 3,5?

7. Sigamos con el nivel. La primera vez que entré en un aula de Bachillerato me encontré algo mucho mejor que lo que me esperaba. Su nivel de comprensión lectora y su ortografía eran mucho mejores que los de algunos que tanto pontifican en púlpitos varios -y hablo de púlpitos laicos-. Puedo prometer y prometo que a lo largo de ese año ninguno de los jóvenes de esa generación tan perdida me hicieron frotarme los ojos con alguna falta de ortografía horrorosa que sí he visto recientemente en prensa escrita o incluso libros publicados. Sus conocimientos históricos también eran superiores a lo que me había esperado. ¿El secreto del éxito? Un docente preocupado por su trabajo que les había formado a conciencia durante el último año de la ESO. Tan simple. Tan -aparentemente- difícil.

8. A mediados de curso iba yo presumiendo de los comentarios de texto -herramienta básica en Selectividad- que mis voluntariosos alumnos ejecutaban con notable soltura. Hete aquí que surgió la posibilidad de compararlos -por iniciativa de la otra persona- con los de unos alumnos de un compañero de departamento, pero de un curso superior. Los míos ganaban por goleada y la otra persona ya no sabía qué hacer para conseguir que su clase dominara algo tan básico. Pero no era su culpa, ya que este compañero estaba dando clase, sin oposiciones previas, por el único requisito -gracias al maravilloso programa del bilingüismo- de tener un B2 de inglés. Esta persona no había pasado, por tanto, los exámenes que yo sí pasé para demostrar que tenía capacidades, tanto teóricas como prácticas, para ejercer de profesora. Qué cosas, oye. ¿Tendrá relación?

9. Esto no es un caso aislado. Ahora, hoy, hay personas que no han pasado un examen de oposiciones dando clase mientras otros que sí lo han hecho -y con buena nota- están en casa. Por supuesto, esto sólo nos importa a los afectados. A los padres les da igual que alguien que no ha demostrado ser capaz de explicar la Lengua o la Historia esté formando a su hijo para Selectividad. 

10. ¡Qué de aplausos hubo cuando el gobierno aumentó dos horas el horario de los profesores! Aplausos, sonrisas y no os quejéis, que trabajáis poco. Bien, perfecto. Maravilloso. ¿El problema? Que esas dos horas de más no son dos horas de más de mi asignatura, a no ser que puntualmente el instituto tenga que aumentar los grupos. No. Esas dos horas han obligado a los institutos a hacer malabarismos para hacer algo muy horrible que se llama completar horario. ¿Y cómo se completa horario? Cogiendo las horas de otro profesor. ¿Quién tiene todas las papeletas para que le cojan sus horas? Los de asignaturas como Plástica o Música. ¿Y si entre todos los cogemos las horas del de Música, qué pasa? Pues el profesional a la calle, y la de Sociales, el de Matemáticas y los de Lengua aprendiendo rápidamente la diferencia entre una corchea y una fusa. Institutos enteros donde no hay un solo profesor capacitado por título para impartir ciertas materias, que tienen que dar otros que no tienen ni idea -he estado ahí-. ¿Os creéis que a los profesores les duele trabajar dos míseras horas más a la semana? No, les duele tener que impartir algo de lo que no tienen ni pajolera idea. Educación de calidad.

Podría seguir hablando. Podría seguir con la (nula) implicación de los padres, la dañina generación que considera que educar a un niño es sepultarle en caprichos, el entorno, el afán por uniformizar a los chavales y dar el mismo título al diversificado que a la mente brillante. Podría hablar de la discutible práctica de mirar antes por el horario del profesor (“quiero salir antes, que tengo que recoger al niño del cole”, frase más escuchada en el claustro inicial) antes que por la idoneidad de impartir asignaturas a determinadas horas. O de esa práctica que lleva a que los grupos más difíciles, los que requerirían de la guía de una mano experta en la docencia -esos viejos profesores a los que todos respetamos y se conocen todas las triquiñuelas, amén de dominar su temario como los ángeles- caigan, por supuesto, en los novatos recién llegados al centro que aún no tienen años de mili a las espaldas.

Podría hablar de muchas cosas pero no creo que merezca la pena hacerlo. Hoy todo el mundo se echa las manos a la cabeza por el informe PISA y mañana la educación volverá a importarles lo mismo de siempre: nada. Porque la educación en España es muy mala, pero nos importa tres leches que haya nativos sin ningún tipo de formación como profesores ejerciendo como tales en institutos de Madrid. Nos preocupa mucho que los españoles no sepamos idiomas, pero nos da igual que obliguen a dar Francés a profesores de otras áreas que no lo tocan desde el instituto, o que imparta la asignatura de Inglés un filólogo hispano que simplemente hizo un par de cursos de ese idioma en la EOI –casos reales y repito: obligados-. Nos gustaría que el niño tuviera comprensión lectora, pero no estamos dispuestos a ejercer nuestra autoridad como padres, y no simplemente como engendradores, para apartarle del ordenador, de la tele y de la Play Station y obligarle a coger un puñetero libro.

Yo hablo de muchas idioteces en Twitter, y lo acongojante es que hay personas que me suelen hacer caso en la mayoría de temas. Pero cuando me quejo de las injusticias de la educación, casi nadie me responde. Nadie me hace caso. A nadie le interesa este tema.

Eso sí, hoy todos quejándose del informe PISA. Qué inculta es España. Pero España, ¿eh? Que yo no. España.

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