Microsexismos

Lo que estáis a punto de leer es un pequeño experimento que he llevado a cabo entre varias mujeres que conozco.

Permitidme que os ponga en contexto: hace unos meses, en una entrada de un blog cuyo nombre no recuerdo (típico enlace que te llega por Twitter), una chica contaba tres experiencias en las que, sin llegar al acoso sexual -o a lo que está establecido como acoso sexual denunciable- se había sentido humillada y ultrajada. Varias amigas y yo la leímos a la vez y para mí resultó una conmoción darme cuenta de que no sólo yo reconocía algunas de esas situaciones, sino que ellas también lo hacían.

Porque, sí. A mí me habían pasado cosas pero no había hablado de ello. ¿Por qué? La pregunta más exacta sería: ¿para qué? Por un lado, no puedes solucionar esa sensación de malestar que ya se queda contigo. Por otro, está la vergüenza –“¿pero cómo ibas vestida cuándo te pasó eso?”-. Por otro… ¿no es natural que los hombres nos piropeen por la calle? ¿No es incluso comprensible que, ay pobrecitos, se les vaya un poco la mano en el lavabo de alguna discoteca?

Nos lo repiten continuamente: es nuestra culpa, ellos no lo pueden evitar. El hombre es un animal permanentemente en celo, la mujer es quien debe cuidarse de no provocarlo. Y si se pasan, no es problema suyo. Es que tú has dado falsas señales.

¿Es así, cierto?

El tema quedó más o menos olvidado, hasta que escribí mi entrada sobre macarrones y machismo. A raíz de uno de los comentarios, que minimizaba la importancia de las situaciones que he descrito, volvió a surgir el debate en el grupo de tuiteras con las que diariamente hablo. Y me surgió una duda: ¿cuántas de nosotras habíamos pasado por situaciones semejantes?

De esto nació lo que yo llamé simplemente el Experimento, para el cuál distribuí entre mis contactos un pdf que empezaba más o menos como esta entrada, y continuaba así:

Muchas veces sólo se da importancia a las situaciones extremas; muchos hombres -y algunas mujeres- no son conscientes de hasta qué punto puede molestar, sobre todo en edades tempranas, escuchar determinadas cosas, que te toquen si no has dado permiso, verte tratada como un simple trozo de carne. Lo cierto es que a veces sólo percibimos determinadas situaciones cuando las vivimos en nuestras carnes. La triste realidad es que nosotras mismas ni siquiera hablamos a menudo de esto, porque en muchos casos hay vergüenza e incluso culpa.

En aquel momento yo no sabía -me informaron un par de días después- de que ya había una web dedicada a recopilar este tipo de situaciones: se llama Micromachismos y recomiendo completamente su lectura.

Aun así, y como el Experimento ya estaba en marcha, he recogido los resultados y os presento 17 experiencias sufridas por diversas mujeres cuando contaban de entre 10 a 28 años. Redactadas con diversos estilos y variadas extensiones (hay una que es especialmente larga pero no tiene desperdicio), en diferentes localidades (situadas en España, salvo una ocurrida en Chile), pero todas con un denominador común: la agresión invisible, la agresión que no importa, la agresión que no se denuncia. La agresión que ni siquiera se considera agresión, porque la víctima es la culpable.

Una cosa más: titulo el post Microsexismos y no Micromachismos porque creo que, aunque en otras circunstancias bien distintas -y quizá en menor volumen- los hombres también pueden ser víctimas de situaciones donde son menospreciados. Si alguno lee esto y quiere compartir su experiencia en los comentarios, es completamente bienvenido.

Puede que otros lo lean y piensen que no es para tanto. Les invito a releer nuevamente cada experiencia y ponerse en su lugar. No quizá como un hombre acosado por una mujer -ya sabemos que muchos dirían que se prestan voluntarios; aunque sospecho que la realidad no sería tan bonita como ellos bravuconamente piensan- sino como una persona acosada por otra persona más fuerte físicamente y que sabes que un determinado momento puede obligarte a actuar en contra de tu voluntad. Poneos en la situación de esa víctima y, por favor, explicadme si es o no para tanto.

Y sin más, las dejo hablar a ellas:

EXPERIENCIA 1:

Fue en el colegio, en Primaria. Tenía 10 años (año 2001/2002), y estábamos entre clases, la clase totalmente llena de nuestros compañeros, esperando a que llegase el profesor. Un chico que había repetido un par de veces, de entre 12 y 13 años, se acercó a mi mientras yo estaba dibujando en la pizarra. Se me quedó mirando un rato con una sonrisita, y cuando iba a preguntarle qué era lo que estaba mirando, me tocó un pecho. Era de las pocas chicas (eramos dos, de hecho) desarrolladas de la clase. La mayoría casi ni se dieron cuenta, los que lo hicieron tan solo se echaron a reír, lo normal a esa edad, supongo. Mi reacción fue muy básica, le pegué un puñetazo en el brazo y luego otro y otro, y otro… Hasta que consideré que era suficiente. Nunca lo he contado, no por sentimiento de culpabilidad, sino porque me ha dado cosa contar algo así. Que yo tenía 10 años y un chico mayor me tocó un pecho. Creo que no me ha afectado realmente a posteriori, pero es algo que nunca me he planteado seriamente.

EXPERIENCIA 2:

Eran las 7 de la tarde. Tenía 20 años e iba por la acera del centro donde estudiaba hacia mi casa; es una zona normal y tranquila, una zona de institutos, universidades y conservatorios. No había nadie, pero vi a un tipo apoyado en un coche.

Seguí andando y cuando estuve más cerca pasando casi al lado, vi que seguía apoyado mirándome, pero se había sacado el pene del pantalón y estaba masturbándose. Murmuró cosas obscenas y no dejó de hacerlo, pero no se movió del sitio.

EXPERIENCIA 3:

Tengo 25 años y esto me ocurrió hace dos meses aproximadamente. Había salido a correr a la salida del trabajo, por la zona. Era de noche, las 8 y algo, y volvía al trabajo para irme a casa.

Tenía calor y me había quedado en tirantes, aunque estábamos a febrero. Iba a cruzar, cuando un grupo de chavales en bicicleta pasaron a cada lado de mí. Sin pararse, dos o tres consiguieron tocarme el culo y otro par me rozaron donde pudieron. No me lo esperaba y no me dio tiempo o reaccionar. No hice nada, crucé como si nada hubiera pasado, confusa, furiosa por no haber hecho nada. Estaba segura que todos los coches del paso doble de peatones lo habían visto y me sentí mal, ridícula.

Hacía tiempo que no me pasaba algo por la calle y subí al trabajo a coger mi ropa llorando de rabia, por no haber hecho nada, incluso durante un momento justo después se me había pasado por la cabeza que no debería haberme quitado la sudadera quizás.

Ví lo absurdo de este pensamiento y de haberme sentido culpable. Estaba enfadada conmigo misma más que con el mundo. Y estaba segura, además, que quién me viese en ese momento pensaría que era “una tontería” y que parecía algo más grave. Ningún hombre va a comprender esto de verdad al 100%.

Me preocupa que nada haya cambiado y que sigan ocurriendo cosas así en edades tan tempranas.

Ninguno de ellos superaría los 14–15 años.

EXPERIENCIA 4:

La verdad es que es una situación que me ha pasado un par de veces en los últimos 10 años. Mis amigos viven casi todos en una zona distinta de dónde vivo yo, por lo que en general suelo irme sola a casa. La verdad es que ir sola de noche no me da miedo. El problema es cuándo te cruzas con alguien.

Ambas ocasiones han sido similares, un chico –un grupo de dos o tres a lo sumo-, que te cruzas y de repente empiezan a andar detrás de ti. Ralentizas el paso y ellos también; te cruzas de acera y ellos también. Una de esas veces me escondí entre las sombras y les esquivé. La otra llegué al portal y cerré. En el segundo paso les oí llegar hasta el portal y luego irse.

Nunca he tenido claro si buscaban ponerme nerviosa o algo más. Ambas me he sentido entre imbécil por tener miedo de algo que puede que no fuera nada y cabreada porque como mínimo buscaban asustarme.

No es algo que haya contado hasta ahora, no por nada sino porque no tengo necesidad de preocupar a mi familia y sinceramente pienso seguir saliendo a la calle de noche sola.

EXPERIENCIA 5:

Tenía unos trece o catorce años, y volvía a casa del instituto en autobús urbano. Hora punta. Conseguí sentarme en una fila de cuatro asientos encarados entre sí, dando al pasillo del autobús.

Se fue llenando, con todo el mundo amontonado. A mitad del trayecto me di cuenta de que había un hombre a mi lado, en pie, “apretado” contra mi hombro. Al principio pensé -mejor dicho, me autoconvencí- de que no pasaba nada, que la aglomeración hacía que todos fueramos comprimidos.

Después noté claramente que empezaba a restregarse. Al principio no entendí lo que estaba pasando: eran otros tiempos y yo aún no sabía casi nada sobre sexo, era todavía una niña. Pero la mirada de bochorno de la mujer que tenía justo enfrente -y que por supuesto no dijo una sola palabra- me convenció de que, sí, estaba ocurriendo lo que yo intuía que estaba ocurriendo.

Me gustaría decir que me levanté y le canté las cuarenta, o que le di una soberana hostia, o que hice algo más que pasarme todo el viaje avergonzada, queriendo morirme, con la mujer mirándome también avergonzada, y el tipo restregando su entrepierna contra el hombro de una niña de catorce años con la aparente impunidad que da el que estas cosas no tengan importancia. Al final conseguí quitármelo de encima con un disimulado codazo y moviéndome un poco.

Esta experiencia la sufrí un par de veces, ninguna de una manera tan obvia. Y siempre, como aquella vez, llegué a mi casa mortificada y sintiéndome fatal, sin querer contarle a mis padres lo que me había pasado. Ni siquiera se lo he contado a ninguna amiga hasta hace bien poco, porque pensaba que la avergonzada debía ser yo.

EXPERIENCIA 6:

• Situación: Fue la primera vez que fui a una discoteca.

• Año (aproximadamente) y edad que tenías en ese momento: Tenía dieciséis años, así que hablamos del año 2003.

• Relato de los hechos: Estaba con mis amigas en la discoteca, supongo que bailando, cuando se me acercó un chico, un completo desconocido y, sin mediar palabra, me cogió por la cintura. Me sentí ofendida porque no le había dado permiso para tocarme, pero mi única reacción fue fulminarlo con la mirada porque no quería montar un numerito. Pero debió de ser una mirada terrible, porque me soltó y salió corriendo.

• Edad aproximada y relación con el hombre (u hombres) implicado/s: Como ya dije, era un completo desconocido.

• ¿Había alguien más? ¿Cuál fue su reacción? Había mucha gente alrededor que ni siquiera sé si se dio cuenta de algo. Mis amigas sí, y creo recordar que se rieron, aunque no tengo muy claro de qué.

• ¿Lo has contado alguna vez o te ha dado vergüenza? Suelo contarlo porque encuentro bastante divertido haber sido capaz de ahuyentar a alguien sólo con una mirada.

• ¿Te sentiste culpable? No.

• ¿Lo olvidaste rápidamente o te supuso algún problema a posteriori? No lo olvidé, pero normalmente lo recuerdo como «la vez que ahuyenté a un tipo mirándolo mal» y no como «esa vez que vino un tipo a cogerme por la cintura».

EXPERIENCIA 7:

• Edad aproximada y relación con el hombre (u hombres) implicado/s: 25. Era uno de mis Jefes, es decir el más directo, ya que era el encargado de la sección donde desempeño el trabajo. Ten en cuenta que en una institución Militarizada los jefes son muchos, depende de los grados jerárquicos.

• ¿Había alguien más? ¿Cuál fue su reacción? Trabajo con un grupo de 30 personas, que se divide en dos áreas. Pero entenderás que los pantalones flamean cuando se trata de responder o enfrentar a un Jefe.

• ¿Lo has contado alguna vez o te ha dado vergüenza? Lo conté, cuando estalle y no aguante más sus humillaciones, y esta situación fue dada a conocer a un jefe con un grado jerárquico mayor al de él.

• ¿Te sentiste culpable? No en ningún momento.

*¿Lo olvidaste rápidamente o te supuso algún problema a posteriori? Me supo un problema posterior ya que quede catalogada como conflictiva.

• Cualquier otro dato que creáis relevante (en caso de agresión, si Denunciasteis el hecho, por ejemplo) Sí, lo denuncie, básicamente porque él se adelantó y le dio cuenta a un Oficial Superior, el cual al enterarse de la situación tuvo que tomar carta en el asunto.

• Situación (trabajo, caminando por la calle, en el metro, etc.) En el trabajo. Tomemos como dato extra que trabajo en la Policía Uniformada de mi país, es decir en la que se encarga del orden público y como entenderás se rige por códigos militares, es decir machista hasta el tuétano aún.

• Año (aproximadamente) y edad que tenías en ese momento Hace aproximadamente tres años, es decir 2010, tendría aproximadamente 25 años.

• Relato de los hechos.

Comenzare con algo de historia de esta Institución. Carabineros de Chile fue creada por Decreto Supremo bajo el mando del Presidente Carlos Ibáñez del Campo en el año 1927, una institución con régimen Militar, que fue pensada en primer momento para el orden público, de a poco ha ido desarrollándose en otros ámbitos (Investigación, Instrucción, colaboración). Cabe señalar que es catalogada la mejor Policía de Latinoamérica, la menos corrupta.

La mujer se integró a esta en el año 1966, básicamente para las labores de cuidados de los menores que eran derivados a los internados u hogares de menores (orfanatos) y labores de tránsito. Poco a poco ha ido ganando espacio hasta llegar a estar a la par de las tareas que realizan los hombres, ya no están a cargo de los menores, dados que estos establecimientos pasaron al cuidado del Servicio nacional del menor, razón por la cual la mujer Carabinero fue adquiriendo relevancia en la Institución Policial.

Todo está verborrea se debe a que hay ciertos misóginos que creen que la mujer es un cacho en Carabineros, que no sirven más que para atender a los Jefes o hacer de secretarias. Que no se les debiese permitir entrar en la institución, porque son demasiado poco aporte, ya que pasan la mitad de su carrera de permisos, por licencia maternal o enfermedad de los hijos.

Tuve la mala suerte de que uno de estos tipos fuese mi jefe. Cuando postule a esta institución en el área de Telecomunicaciones y Televigilancia, luego de un exhaustivo proceso de selección, quede trabajando, de primera lo hacía solo como civil, ya que luego de un año de desempeño pasas a formar parte de la planta. El asunto es que mi jefe era un Capitán, quien era conocido por sus constantes ataques a las funcionarias mujeres, siempre habían en su boca frases como “Las mujeres son cacho, sueldo mal pagados” o había alguna embarazada “Dos años de trabajo reforzado para un verdadero Carabinero, por no cerrar las piernas”.

Cuando fui presentada a él como la nueva Supervisora de la sección de televigilancia, recuerdo que lo primero que dijo “Una mujer?!” con cara de desagrado. Luego me dijo “Espero que no estés pensando en embarazarte, mira que no necesito más cachos de los que ya tengo”. No le tome en consideración en un principio ya que todo esto lo dijo con una falsa sonrisa en su boca.

El problema comenzó cuando, había algún asunto relacionados con mi sección y el buscaba a otra persona para tratar el asunto, siendo que yo era la jefa, comenzó a pasar de mi olímpicamente, había veces que algún operador faltaba a trabajar y yo solo me enteraba cuando llegaba a trabajar porque nadie había tenido la amabilidad de avisar, porque le habían avisado a él y no considero necesario avisar. Luego las situaciones fueron haciéndose más pesadas, se realizaban reuniones con los Supervisores de Sección y en mi lugar el escogía a personal de su confianza (hombres) para ir a estas, y yo era avisada luego que se realizaba la reunión, una vez llego a ordenarme le sirviera un café, o sea, seis años quemándome las pestañas para servir café, estaba loco, hice como que no le escuche y volví a lo mío.

Cierta vez este operador que gozaba de toda su confianza quiso pasar sobre mi autoridad, y fue allí cuando decidí que o se me respetaba o se me respetaba. Tome medidas, y comencé por dejarle claro a este operador que la jefa era yo, y que no porque el contara con el favor del capitán podía creer que estaba autorizado para dar órdenes, le baje el moño de un paraguazo. Allí comenzó el término de su estupidez.

Al enterarse el capitán de mi “charla” con el operador y como le había quitado autoridad, me mandó llamar, recuerdo estaba sentado tras el escritorio y lo primero que dijo “A ver al parecer tenemos un problema, en esta oficina se hace lo que yo digo, y si dispongo que un operador asista a una reunión en tu remplazo se acata la decisión y listo” intente hablar, pero me callo con una “Estoy hablando yo” mi sangre ya hervía y tenía tantas cosas que decir atoradas en mi garganta. Luego comenzó con discurso misógino “No sé en qué momento estaba este mando que acepto a una mujer a cargo de esta sección, cuando hay mejores hombres calificados, y que debiesen estar en ese puesto” esa fue la gota que colmó el vaso- en carabineros se usa en situaciones de alto estrés con un jefe una simple norma no escrita, pueden decirse de todo siempre y cuando no existan testigos- Para mí buena estrella no había testigos así que comencé el ataque, recuerdo que le dije muy acalorada. “Para comenzar nunca más vuelva a callarme, no cuando me ataca y tengo que defender mi persona y trabajo”. En segundo, no me pase seis años entre libros quemándome las pestañas y aguantando situaciones de cansancio extremo, solo para que usted ponga por encima de mis cualidades en el trabajo a un hombre cuyo mayor logro es ser un zalamero, lame botas. Que todo lo que puede llegar a saber y que no será nunca más que yo, lo sabe por mí.” En ese momento ya humeaba su cabeza, demás está decir que intento me callase diciendo que “Esto lo sabrá la jefatura, quien te crees que eres para faltarme el respeto de esa manera” y yo seguí al ataque “Además nunca del tiempo que llevo aquí le autorizado a que me tutee, eso lo reservo para los amigos, porque es un signo de confianza, no para un poco hombre, misógino y lleno de mierda, que no ve mas allá de su rabia por las mujeres. Recuerde que nació de una, así que tenga más consideración, bruto prepotente” Ya sé que fui extremista, pero me tenía cansada.

Cuento corto, informo a nuestro jefe de esta discusión, claro omitiendo su ensañamiento con mi condición de mujer. Nuestro jefe no dio demasiado crédito a sus palabras, puesto que conocía su manía de tratar mal a las mujeres. Yo asumí que le dije un par de cosas, pero en mi defensa está el hecho que soporte durante seis meses sus malos tratos. A pesar de que no lo trasladaron inmediatamente, gane bastante, para comenzar el Mayor le dejo claro que quien mandaba en MI sección era yo, y disponía lo que se hacía con los operadores o quien concurría a las reuniones. Y que las decisiones dentro de mi sección las tomaba yo y se aceptaban siempre que fueran en pos de una mejor labor. Imaginaras como estaba de molesto, luego de eso no me dirigía la palabra y las ordenes o peticiones llegaban a mí a través del supervisor de turno de la otra sección. Las cosas no mejoraron en cuanto a su actitud, pero sí lo hicieron en cuanto que tenía claro que en mi área era yo quien disponía y solo debía comunicarle a é, mas no esperar su aprobación. Luego de esto solo estuvo dos meses ya que fue trasladado a otra ciudad y no supe más de su amargado carácter. El jefe que le reemplazo, era otra cosa, una persona que valora según como se desempeñen en su trabajo, por tus capacidades, no por tu sexo.

EXPERIENCIA 8:

En un concierto al aire libre de un pueblo a una hora al sur de mi ciudad -igual hora y media-, yo tenía unos 16 años (verano de 2007?). Estaba rodeada de gente, en primera fila y pegada a las vallas que nos separaban del escenario, tenía a mis amigos al lado, y a nadie conocido detrás. Noté una mano en la baja espalda, y al principio supuse que era gente empujando, no es extraño en conciertos. Pero la mano bajó, bajó, y noté que empezaban a sobarme literalmente el culo. Mi reacción fue apartar la mano de un arañazo, en aquel entonces llevaba siempre las uñas largas. Se las clavé con fuerza -creo que acabó sangrando- y noté como se marchaba, pidiendo paso, pero ninguno de los dos hicimos mucho ruido, de hecho él ni gritó cuando yo le clavé las uñas. Creo que mi amigo se dio cuenta, porque el resto del concierto estuvo controlando y me preguntó un par de veces si estaba bien. Nunca lo he hablado con nadie y no me he planteado si me ha afectado. No pienso esas cosas. Lo bloqueo.

EXPERIENCIA 9:

Estaba en el recreo y se me cayó algo. Solo recuerdo que como siempre, allí estaba uno de mis compañeros molestando. Ya había intentando tocarme el culo. Me dijo que me agachase a recogerlo, detrás de mí, y le contesté que como intentase algo una vez más, le partiría la cara. Se rió. Ya me las sabía todas, así que me agaché con el tronco recto hacia abajo, pero al levantarme y volverme me tocó el culo, de abajo arriba, levantando a su vez la falda.

No sé qué pasó. Aunque no muchas, alguna vez ya había conseguido tocarme el culo, tampoco era la primera vez que me veía las bragas y siempre se reía. Quizás es que todo se dio en el mismo momento o que estaba harta que los profesores solo le regañaran sin hacer nada. No le partí la cara, pero si un diente. Sin pensarlo, me volví y le pegué un puñetazo en la cara, donde pude; se cayó al suelo protestando y yo le quité las manos, y le pisé la cara repetidas veces, gritando.

Se lo llevó un profesor y a mi me llevaron otros dos a los baños, a las fuentes, a tranquilizarme.

En el colegio, nunca me había peleado con nadie. Estábamos en quinto.

Me querían expulsar unos días, pero mi hermana fue a hablar, a protestar por mi situación.

No le quise pedir perdón y no me expulsaron, pero estuve dos meses sin recreo traduciendo libros de francés en la biblioteca.

A él nadie le pidió que me pidiese perdón y solo recibió un “de todas formas, eso no debes hacerlo”.

Sé que pisarle estuvo mal, pero no me arrepiento de ello. A mi no me volvió a tocar.

EXPERIENCIA 10:

Volvía de un viaje largo y había dejado el coche junto a la estación de autobús para regresar a casa (vivo en un pueblo). Es la mejor solución cuando voy de viaje, pero por desgracia no es algo que pueda hacer habitualmente cuando llego de noche por miedo. Pero aquel día regresaba sobre las 8 de la tarde, y a esa hora no era un lugar especialmente conflictivo al haber un hotel y un hipermercado cerca.

Había aparcado el coche en la calle de al lado, sólo tenía que doblar una esquina. Al salir de la estación de autobús, hice lo que la mayoría de las mujeres tenemos que hacer cuando vamos solas en lugares poco transitados, a veces incluso de día: comprobar de un vistazo cuánta gente hay en la calle, con qué aspecto, y decidir si apresurar el paso.

Vi a un par de personas esperando en la parada de taxi, algún transeúnte cruzando por el semáforo… Nada sospechoso. Entonces me di cuenta de que había un hombre caminando unos pasos por detrás de mí. Era de mediana edad, quizá lo suficiente para ser mi padre (yo tenía unos 27 años), pero iba mirando para otro lado y parecía un tipo normal. Al momento lo perdí de vista, me pareció que se acercaba a un paso de cebra para cruzar. Y llegué a sentirme mal, idiota yo, por haber pensado mal de él.

En ese momento doblé la esquina y, de repente, lo tenía al lado. Obviamente se había apresurado para situarse junto a mí. A pesar de la evidencia intenté convencerme de que no pasaba nada, mientras sacaba las llaves de mi coche. El hombre me siguió durante unos segundos, caminando en paralelo, hasta que se acercó y me miró de arriba abajo mientras me decía que tenía un pelo muy bonito.

Yo no le contesté, continué andando y recé porque no me siguiera hasta mi coche. Él me siguió unos pasos más, pero cuando vio que me iba hacia el lado de la calzada, rodeando el coche, pareció perder interés y continuó su camino.

Sinceramente no sé si sólo me estaba asustando o se echó atrás al ver que me asomaba a la calzada, donde había bastante tráfico y podría haber pedido ayuda a cualquiera. Pero me sentí indefensa. Y con mucha rabia al pensar que cualquier tío puede hacerte pasar un mal rato de una forma tan sencilla como seguirte por la calle o decirte algo, intimidándote en una situación donde yo, por simple diferencia física, sé que llevo las de perder.

Y lo hacen simplemente por una razón: porque pueden.

EXPERIENCIA 11:

Estábamos en la revisión de un examen en la universidad. Yo tendría como 20 años más o menos así que ya hace 9 años o así. Madrid, principios de julio, iba con una camiseta de tirantes y pantalón pirata porque era eso o morir de calor en mi facultad que no tiene aire acondicionado en las aulas donde hacíamos la revisión. Entré junto con un compañero a ver el examen y primero pasó él porque su apellido iba antes. Mientras él le preguntaba yo iba leyendo mi examen. Hasta aquí el proceso normal de cualquier revisión, el problema fue cuando yo me acerqué y dejé el examen en la mesa para señalar lo que no entendía. Mientras yo iba señalando y el profesor contestando en vez de mirar o mi cara o el papel como había hecho con mi compañero se pasó el rato mirándome el escote. Tanto que me dieron ganas de decirle que mi cara estaba más arriba. Como el examen estaba suspenso y tenía que ir a septiembre no dije nada, y eso me avergüenza un poco, porque luego preguntando supe que no era el único caso. De hecho, ninguna chica iba a su despacho sola especialmente si su asignatura caía en primavera y llevabas escote.

Hay varias más: Las típicas situaciones de “piropos” por la calle que son a cual más lascivo, o el tio que se lleva un codazo en el metro porque se acerca demasiado aunque no pretendiera nada. Pero son situaciones tan típicas por desgracia que se solapan unas con otras y no puedo darte una narración decente.

EXPERIENCIA 12:

• Situación: En el instituto.

• Año (aproximadamente) y edad que tenías en ese momento: 2003 y dieciséis años también, creo. Estaba en cuarto de ESO.

• Relato de los hechos: Un día, al llegar al aula, encontré en el tablero de corcho (destinado, por cierto, a anuncios de los profesores, no a estupideces) una hoja en la que estaban escritos los nombres de todas las chicas de la clase. Me acerqué para encontrarme con que al lado de cada nombre había una serie de números: varias puntuaciones del 1 al 10. Ninguno de ellos tuvo el valor de indicar qué notas había puesto él ni la deferencia de explicar qué les hacía pensar que sus opiniones le interesaban a alguien.

• Edad aproximada y relación con el hombre (u hombres) implicado/s: Eran los chicos de mi clase, así que su edad era más o menos la misma que la mía.

• ¿Había alguien más? ¿Cuál fue su reacción? La hoja la vio todo el mundo, pero nadie comentó nada (excepto yo, que le eché la bronca al único de ellos al que consideraba mi amigo).

• ¿Lo has contado alguna vez o te ha dado vergüenza? No recuerdo ni si lo conté alguna vez: me empeñé tanto en quitarle importancia que no volví a pensar en ello hasta ahora.

• ¿Te sentiste culpable? No, lo que sentí fue rabia por ser considerada un cacho de carne con ojos.

• ¿Lo olvidaste rápidamente o te supuso algún problema a posteriori? Lo olvidé bastante rápido. A propósito. Pero es evidente que al final se quedó en mi cabeza.

EXPERIENCIA 13:

Primero fueron sensaciones raras, vagas. No sabía explicarlo y, de hecho, al principio no estaba segura pero algo flotaba en el aire.

Quizás ayudaba la mirada o el tono que usaba a veces al pronunciar mi nombre o hablarme, pero sobre todo estaba segura que era la sonrisa.

Quizás era que era “guay”, era el único joven, pero en esa forma de sonreír había algo. Parecía que él entendía alguna especie de broma que a mi se me escapaba.

Después fue lo de sentarnos a mi amiga y a mi en la fila de enfrente de su mesa, en los dos primeros pupitres, cerca. Los comentarios de los chicos (de los que llevaba aguantando que intentasen, en varios momentos de cada recreo y cada salida, tocarme el culo o levantarme la falda del uniforme y por los que sufría un pantalón pegado corto bajo la falda del uniforme sin importar la estación del año desde hacía dos años) me parecían que eran una mezcla de desaprobación y ¿comprensión? (“vaya sátiro” o “¡qué cara…!”). Parecían quejas, no por nosotras, sino porque se veían en desventaja para observar con respecto a él.

Un día nos mandó un ejercicio de redactar un poema de amor. A mi se me daba mal y le pedí a mi hermana ayuda. Copiamos uno manido y me tocó leerlo en público, de pie, frente a toda la clase. Yo no quería y él propuso que si me daba vergüenza que me escucharan, se lo podía recitar a él bajo al oído y él iría diciéndolo en alto. Me sentí avergonzada, observada, ridícula y culpable mientras. Agradecí que solo tuviese 6 versos.

 –  Original juego el de ayer por la tarde – nos dijo a mi amiga y a mi un día, antes de un recreo, con esa sonrisa.

Había pasado la tarde anterior en la casa de mi amiga, jugando en el jardín con cubos y globos de agua y en la piscina, pues habían empezado los primeros días de calor aunque no era verano. Había estrenado un bikini amarillo nuevo que se me clareaba un poco, aunque no me había preocupado porque solo estábamos mis dos amigas y yo, no era la playa. No recordaba que una de esas 7 ventanas desde las que se podía ver el jardín era de su casa, aunque tampoco se me habría ocurrido. Jamás he vuelto a ponerme un bikini de ese color.

Muchos años después, vi en mi casa una foto. Habíamos ido de excursión. Estábamos en un campo, con mucho sol y rodeados de más alumnos, yo con expresión sonriente pero un poco encogida y subida en una piedra. Él también sonreía (pero no con la sonrisa) y me tenía agarrada por la cintura, la mano derecha en mi cadera derecha. Estábamos posando solos. Recordé que alguien dijo de hacer fotos y él añadió que había que tener una de recuerdo.

No había pensado en esto conscientemente durante esos años pero me sorprendí de lo bien que recordaba detalles que podían parecer raros, pero sin mayor importancia, y que entonces comprendí.

Nunca lo he contado, solo insinuado de forma muy leve sin ningún tipo de detalle, en dos ocasiones. Me daba vergüenza.

Estaba en quinto de primaria y él era mi profesor.

EXPERIENCIA 14:

Esta historia la conté varias veces cuando pasó porque estuve un par de días entre asqueada y enfadada, pero luego había llegado hasta a olvidarla. Hará un par de años, estaba en la sala de espera del médico cuando se me sentó al lado un señor mayor rondando los 70.

La sala estaba prácticamente vacía, quitando alguna persona en la otra punta de la sala, pero el hombre decidió sentarse a mi lado y decidió darme conversación a pesar de que estaba leyendo un libro más grande que su cabeza. Empezó con preguntas de las de ascensor tipo tiempo, qué estaba leyendo y de ahí pasó a cosas bastante más molestas como si trabajaba y dónde, si tenía novio o qué.

Yo me iba cabreando y sintiendo molesta cada vez más porque además, mientras iba preguntando cosas que no le incumbian se dedicó a mirarme de una manera como si me estuviera desnudando. Fue una sensación muy desagradable de sentirme sucia y violenta y corté la conversación con algo tipo “a ti que te importa” y me moví de asiento. El hombre intentó congraciarse, diciendo que sólo tenía curiosidad y hablaba por pasar el rato. Antes de que pudiera hacer algo más que mirarle mal abrió la puerta la enfermera y me hizo pasar. No creo que nadie se diera cuenta en la sala pero ese hombre ha debido hacer alguna más porque la enfermera me preguntó si me había molestado. Le podría haber dicho que si pero la verdad es que ni se me pasó por la cabeza porque no creía que fuera a servir de nada.

EXPERIENCIA 15:

• Situación: En un pub.

• Año (aproximadamente) y edad que tenías en ese momento: 2008–2009, creo. Tenía veinte años o poco más.

• Relato de los hechos: En otra salida con tres de mis amigas, decidí bailar con un chico. Me costó conseguir que mantuviera las manos alejadas de mi cuerpo y después me dejó patidifusa sugiriéndome que nos fuéramos a otro sitio a tener sexo. Entonces me fui. Cuando les conté lo que había pasado a mis amigas, me dijeron (no sé si dos de ellas o las tres) que había hecho exactamente lo mismo con ellas. No pude evitar sentir asco por el tipo en cuestión.

• Edad aproximada y relación con el hombre (u hombres) implicado/s: Era un completo desconocido una vez más.

• ¿Había alguien más? ¿Cuál fue su reacción? En el caso de haber testigos, no hubo reacción alguna, pero que hubiera gente cerca no significa que se fijasen en lo que pasaba.

• ¿Lo has contado alguna vez o te ha dado vergüenza? Se lo conté entonces a mis amigas.

• ¿Te sentiste culpable? No.

• ¿Lo olvidaste rápidamente o te supuso algún problema a posteriori? Lo olvidé lo antes posible.

EXPERIENCIA 16:

Me gustaba Filosofía. Era una asignatura nueva, me interesaba y se me daba bien.

Lo que no me gustaba mucho era el profesor. No era muy mayor (+44 pero –50) e iba de simpático, pero pronto me confirmaron que sí, que tenía fama de sátiro.

Yo ya no era una niña y tenía 16 años. Me daba cuenta y él no disimulaba nada. Me observaba cuando salía a la pizarra o a leer. Insinuó algunas veces (con comentarios como “pero eso lo sabéis bien, ¿no?”, indirectamente) que mi amiga y yo ya habríamos tenido experiencias sexuales. Insistía en cuestionarme mis orígenes, en preguntarme, aunque yo le dijese que no sabía nada y no tenía reparos en alabar algunos aspectos de mi físico muchas veces bajo esta cuestión.

Un compañero me llegó a aconsejar, preocupado, que no me quedase a solas con él. No pensaba hacerlo de todas formas. Era algo que mi amiga y yo evitábamos.

Una vez me llegó a insinuar algo, no recuerdo como, y me dijo: “pero ay, no tienes 18 años”. Le respondí que no.

Los años siguiente cada vez que me veía, me preguntaba. Estuve hasta los 19 años diciéndole que tenía 17.

EXPERIENCIA 17:

Tenía 22 años y estaba en una discoteca. Había ido al baño, sola, que estaba al final de un pasillo estrecho. Cuando salí, ví que un tipo más mayor que yo pero joven venía en dirección contraria a entrar a los baños. Cuando estuvo más cerca, me empezó a piropear pero pasé, hice como que no lo escuchaba. Ya al pasar por mi lado, se puso enfrente y tocó los brazos, insistiéndome. Le dije que no, lo intenté apartar, y echó su cuerpo contra el mío hasta la pared insistiéndome y diciendo “venga venga, zorrita, si yo sé que esto es lo que quieres”, intentando tocar, apretando su cuerpo contra mí. Le quité las manos y empujé como pude y me aparté de la pared. Se fue al baño diciéndome zorra.

3 comentarios en “Microsexismos

Deja un comentario