Las horas perdidas

Hay cosas que se dan por hecho cuando ves el tema educativo desde fuera, pero que se derrumban completamente cuando entras al instituto. Por ejemplo: cada jornada lectiva se compone de seis clases, en cada clase das una lección. Es decir: hoy empiezo a explicar el tema 1, mañana lo termino, pasado corregimos actividades, al otro fijamos la fecha del examen. ¿Sí? Pues no.

 

Y es que lo primero que percibes a la hora de entrar a una clase es que el particular horario de comidas español, y el no menos curioso horario lectivo, chocan frontalmente hasta el punto de que algunos días te resulta imposible impartir, digámoslo así, una clase normal.

Me explico: los niños entran a las 8:30, muertos de sueño, la mitad de ellos ni han desayunado. Permanecen en clase hasta las 11:30, cuando tienen el primer recreo. A las 12 vuelven y tienen que soportar otras tres clases hasta las 15:00, hora en la que al fin salen y van a casa (algunos de ellos no comerán hasta una hora más tarde).

El resultado es que hay un cierto tramo de horas en el que impartir una lección resulta difícil o directamente imposible. La última hora (14-15h) es sin duda la peor (y la que yo me tengo que tragar todos los días). Le siguen la de 13-14h y la justamente anterior al recreo, que afortunadamente sólo tengo que soportar un día. Ningún profesor quiere dar clase a ultima hora; por contra, todos prefieren la primera (8:30) en la que los niños están aún medio dormidos (fáciles de controlar, aunque desconcentrados). Sin duda, mis mejores resultados los obtengo en el tramo inmediatamente posterior, 9:30-10:30, en la que aún no están revoltosos pero sí lo suficientemente despiertos para aprender.

Ahora rizamos el rizo y hablamos de días de la semana. Lunes, martes y miércoles son los mejores. A partir del jueves, el cansancio se nota. El viernes es un día malo de principio a fin. ¿Tener clase a las 14h de un viernes? Un puñetero infierno, os lo aseguro.

Y ahondemos aún más: meses del año. A mitad de Noviembre se sufre un cierto bajón: llega el frío, llevamos ya unos meses en el instituto, y la Navidad aún queda muy lejos. Diciembre se empieza con ilusión, pero a medida que se acercan las vacaciones se convierte en un eterno ejercicio por mantener la disciplina. La última semana de clase, para mí, fue la peor de las que he pasado en el instituto. Con las notas ya puestas, clases por el día y evaluaciones interminables por las tardes, el ambiente era insoportable. Los alumnos no querían avanzar materia, y además sabían perfectamente que cualquier medida disciplinaria aplicada esos dias -asteriscos, parte de conducta- quedarían borrados al entrar el nuevo trimestre.

A todo esto hay que sumarle que el profesor no es para nada ajeno a esos estados anímicos. Igual que los alumnos, nosotros también entramos resignados el lunes, nos vamos animando a medida que pasa la semana, y llegamos cansados al viernes. Al igual que ellos, nosotros también notamos cómo las energías disminuyen a partir de la una de la tarde. Durante la última semana de Diciembre todos los profesores estábamos tremendamente cansados, agotados psicológicamente y puestos constantemente a prueba por un puñado de críos en estado de salvajismo.

 

¿Que quiero decir con esto? Que una de esas cosas que he aprendido y que cuando te estás preparando nunca te enseñan, es a que debes de planificar tus clases según la hora del día y la fecha de la semana (o incluso, el tramo del mes). Yo he tenido que diseñar una serie de estrategias para intentar hacer más llevaderas las clases finales. Me tengo que planificar muy bien la lección que pienso impartir cada semana, las actividades que pienso mandar, para intentar que todo coincida en el momento justo. Intento hacer las explicaciones en las clases de antes del recreo; si voy a empezar un nuevo tema, nunca en la penúltima o última hora. Reservo las actividades en clase para el tramo de las 14-15h, el viernes lo dejo para ver vídeos o canciones relacionadas con la asignatura, y demás chorradas que se me van ocuriendo.

 

Pero, a veces, sencillamente no se puede. No se puede. Y te pasas toda la hora para dar una hoja, envías unos ejercicios que no habías pensado explicar y, cuando te asaltan las irremediables ganas de trincar alumnos por el cuello, tienes que hacer un esfuerzo para recordar que son críos de 12-13 años que llevan cinco horas con el culo pegado a una silla, están cansados y tienen hambre.

 

La cantidad, por tanto, de horas perdidas que llevo a mis espaldas es brutal. Perdidas o, más bien, poco aprovechadas. A veces me planteo si no podriamos hacer una distribución más racional del tiempo. Por supuesto, nadie quiere tener un horario partido. Y los padres, evidentemente, buscan que aguantemos a los críos en el colegio el máximo tiempo posible. Pero, ¿de verdad ofrecemos una educación de calidad impartiendo 6 horas de las que probablemente no se aprovechen ni 3? Hay asignaturas (como algunas optativas) absolutamente prescindibles, donde sólo se pierde el tiempo. ¿De verdad es necesario que un niño coma a las 4 de la tarde? Sin duda, se deberían tomar medidas para paliar un poco este tipo de impedimentos a la enseñanza. Desgraciadamente, los que mandan en la educación saben muy poco acerca de enseñar.

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